Hace algunos años, en nuestros televisores se coló un señor que, en cada intermedio publicitario (como lo llamábamos en aquella época) nos interpelaba con una frase que a mí, como a tantos otros, me quedó gravada y recuerdo hasta la entonación y las pausas: “busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo”.
Hoy en día tengo la sensación de que esta frase, cuasi sentencia, se ha quedado en algo superficial y nos limitamos al “mire, remire y quédese con lo que mejor le entre por los ojos”. Y es con esta mentalidad con la que vamos a un hipotético mercado, con sus hipotéticas paradas, elegimos y compramos los productos con mejor aspecto, aquellos que nos entran por los ojos.
Así se ha extendido la disposición de los tomates, las manzanas o los aguacates de forma organizada y modélica dentro de las cajas, hasta construir puzles encajados y perfectos en los que cada fruta-pieza parece una réplica de su vecina en tamaño, color y brillo. Y pasa esto a pesar de que todo el mundo asevera que, por ejemplo, la fruta ecológica, además de tener más buen gusto contiene hasta cinco veces más de vitaminas y nutrientes. Pero, claro, no son tan bonitas, son más opacas e incluso tienen algún toque.
El día a día me demuestra que, lamentablemente, pasa lo mismo en el mercado laboral y que, si antes se valoraban las cualidades de los candidatos a ocupar un puesto de trabajo, hoy en día gana enteros aquel valor que cierra el texto de ofertas clásicas: “se requiere buena presencia”. Y es entonces cuando obtiene el puesto de trabajo el candidato con mejor aspecto, más agraciado, de apariencia más agradable, o como quieran ellos llamarlo.
Este tipo de perjuicios dejan en la estacada a las personas discapacitadas que, aún con un nivel profesional igual o superior que otros candidatos; aún con ayudas y exenciones en la seguridad social y en el impuestos de sociedades; o incluso con leyes que obligan a su contratación, saltan y son excluidas de la carrera para la ocupación de los puestos de trabajo.
Aquí entran en juego los centros especiales de empleo que, en las últimas décadas y con un trabajo de hormiguita, lento y persistente, han conseguido incrementar la contratación de estos colectivos, dignificar sus opciones en el mercado laboral y adecuar la gestión de los recursos humanos de las empresas a las necesidades de cada persona que convive en una empresa. Pero, además, se ha conseguido algo mucho más importante, se ha ajustado el perfil de servicios que presta un centro especial de empleo con las necesidades empresariales de eficiencia y gestión ejecutiva.
Y ahí están ahora los datos para contrarrestar cualquier guapísimo superfluo e innecesario: Recientemente hemos sabido que más de un 85% de las empresas que contratan a personas discapacitadas están satisfechos o muy satisfechos con su selección.
Al fin, saber que el sentido común y el examen de la eficiencia empresarial están ahí cuando los responsables de éstas examinan objetivamente los resultados que prestan las personas discapacitadas, debería ser un motivo de orgullo para todos. Todavía más, sabiendo que la contratación del colectivo se ha incrementado en 2011.
Hoy en día tengo la sensación de que esta frase, cuasi sentencia, se ha quedado en algo superficial y nos limitamos al “mire, remire y quédese con lo que mejor le entre por los ojos”. Y es con esta mentalidad con la que vamos a un hipotético mercado, con sus hipotéticas paradas, elegimos y compramos los productos con mejor aspecto, aquellos que nos entran por los ojos.
Así se ha extendido la disposición de los tomates, las manzanas o los aguacates de forma organizada y modélica dentro de las cajas, hasta construir puzles encajados y perfectos en los que cada fruta-pieza parece una réplica de su vecina en tamaño, color y brillo. Y pasa esto a pesar de que todo el mundo asevera que, por ejemplo, la fruta ecológica, además de tener más buen gusto contiene hasta cinco veces más de vitaminas y nutrientes. Pero, claro, no son tan bonitas, son más opacas e incluso tienen algún toque.
El día a día me demuestra que, lamentablemente, pasa lo mismo en el mercado laboral y que, si antes se valoraban las cualidades de los candidatos a ocupar un puesto de trabajo, hoy en día gana enteros aquel valor que cierra el texto de ofertas clásicas: “se requiere buena presencia”. Y es entonces cuando obtiene el puesto de trabajo el candidato con mejor aspecto, más agraciado, de apariencia más agradable, o como quieran ellos llamarlo.
Este tipo de perjuicios dejan en la estacada a las personas discapacitadas que, aún con un nivel profesional igual o superior que otros candidatos; aún con ayudas y exenciones en la seguridad social y en el impuestos de sociedades; o incluso con leyes que obligan a su contratación, saltan y son excluidas de la carrera para la ocupación de los puestos de trabajo.
Aquí entran en juego los centros especiales de empleo que, en las últimas décadas y con un trabajo de hormiguita, lento y persistente, han conseguido incrementar la contratación de estos colectivos, dignificar sus opciones en el mercado laboral y adecuar la gestión de los recursos humanos de las empresas a las necesidades de cada persona que convive en una empresa. Pero, además, se ha conseguido algo mucho más importante, se ha ajustado el perfil de servicios que presta un centro especial de empleo con las necesidades empresariales de eficiencia y gestión ejecutiva.
Y ahí están ahora los datos para contrarrestar cualquier guapísimo superfluo e innecesario: Recientemente hemos sabido que más de un 85% de las empresas que contratan a personas discapacitadas están satisfechos o muy satisfechos con su selección.
Al fin, saber que el sentido común y el examen de la eficiencia empresarial están ahí cuando los responsables de éstas examinan objetivamente los resultados que prestan las personas discapacitadas, debería ser un motivo de orgullo para todos. Todavía más, sabiendo que la contratación del colectivo se ha incrementado en 2011.
Publicado en Expansión 20/01/12
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