Tras la Gran
Depresión en Estados Unidos toda una generación renunció al crédito para el
desarrollo de sus proyectos vitales y, no fue hasta la incorporación de la
siguiente al mercado de consumo y el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando
se dejó atrás este ciclo de balance cero en las cuentas. Algo parecido pasó,
años más tarde, durante la “década perdida” en Japón, cuando hasta 2006 no se
experimentó un crecimiento en el precio de la vivienda.
Aquí, desde el
comienzo de la crisis, las familias y las empresas han interiorizado la
necesidad de hacer ajustes y éstos han sido meritorios. Además de ajustar todos
nuestros gastos, las empresas han tenido que iniciar procesos de
reestructuración —expresión eufónica que se emplea cuando, a pie de calle, todos
hablan de reducir plantillas, de despedir a personas—. No se puede decir lo
mismo del sector público que mantiene niveles de gasto inaceptables.
Esto pasa en un
país en el que más del 98 por ciento de las empresas tienen menos de 20
trabajadores y, muchas veces, la relación entre el trabajador y los
propietarios es directa. Cuando se pasa más tiempo en su compañía que en casa,
ningún despido es baladí.
Y, sin embargo,
veo, como empresario y ciudadano, que la Administración es la única que sigue
incrementando su deuda. Datos recientes indican que ésta ya alcanza los 804.388
millones, el 75,9% del PIB. Que en la situación actual se alcance el nivel más
alto de la historia es trágico. Lo más grave es que las previsiones indican que
podría llegar al 90,5% del PIB en 2013. Así, es comprensible que Mit Romney
pusiera como ejemplo a no seguir el 42% del PIB que en España ocupa el sector
público.
Ahora, viendo los
Presupuestos Generales para 2013 sigo teniendo la percepción de que el Estado
no se atreve a reducir su tamaño. Pero ¿porqué las empresas sí y el Estado no?
Se trata, sin duda, de una situación injusta para las familias, los
trabajadores y las empresas que la actual situación de ajustes que experimentan
unos y otros la hace aún más grave.
Y, aunque, muchas
voces emergen ahora para recordarnos que el momento de hacer las reformas del
calado que ahora requerimos, habría sido durante los periodos de prosperidad
que hemos dejado atrás, acumulamos un retraso enfermizo.
Por ello, me sumo
a la necesidad de celeridad, agilidad y eficacia para llevar a cabo las
reformas del Estado que se precisen con vistas a adelgazarlo. No hacerlo es
injusto con aquellos que sufren para pagar impuestos y se aprietan el cinturón
mientras otros no lo hacen en la misma manera.
Cristian Rovira
Publicado en Expansión 10/10/12 , sección Catalunya
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