Aviones realizando aterrizajes de emergencia por falta de combustible, carne de caballo que debería ser de ternera, guacamole con tan solo un 7% de aguacate en su composición, tartas con bacterias fecales, productos cosméticos retirados por posibles perjuicios para la salud…
Desde hace algún tiempo la cultura low cost se ha instaurado en nuestra sociedad. Un reclamo apto para todos los bolsillos que triunfa entre las compañías aéreas, los gimnasios e incluso en el mundo de la moda o la restauración. Los productos de bajo coste resultan ciertamente atractivos por su precio pero en la mayoría de los casos conllevan una serie de riesgos que no debemos olvidar.
Este nuevo concepto, que se presenta como la solución ideal ante el consumo en tiempos de crisis, trae consigo un abaratamiento de toda la cadena productiva, y por tanto también del salario y de las condiciones de quienes forman parte de ella. Para vender más barato, hay que producir más barato y eso supone, a su vez, menos calidad de las materias primas, mano de obra más barata, menos control del producto, deslocalización... Por no hablar de la letra pequeña, los cobros adicionales o la publicidad engañosa.
La variable precio ha pasado a ser el único factor a tener en cuenta en cualquier oferta comercial, licitación o acuerdo económico. Tanto las empresas como los consumidores han dejado de lado sus exigencias en calidad o servicio, a cambio de conseguir un ahorro o beneficio a corto plazo, sin embargo, olvidan que esa ventaja inicial les reportará pérdidas a medio y largo plazo.
En un momento como el actual no debemos sólo fomentar la cultura de bajo precio sin esperar que eso nos acabe pasando factura. Poco a poco nos estamos convirtiendo, también, en una sociedad low cost y lo alarmante es que nos acabemos habituando por completo a la mala calidad de los productos y servicios.
La cultura de la calidad, por el contrario, ofrece mayor margen, mejores salarios y mayor bienestar para la sociedad. Si no somos capaces de conservar su lugar como máximo exponente en nuestra escala empresarial, quedaremos relegados como un país de segunda.
En los periodos de crisis es fácil sucumbir a las ofertas, pero como dice el refrán, “Lo barato sale caro” y es momento de seguir apostando por el valor añadido de nuestras empresas y la excelente calidad de sus productos, tanto fuera como dentro de casa.
Cristian Rovira
Vicepresidente de Grupo Sifu
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