La prosperidad de los últimos años nos llevó a la convicción engañosa de que el progreso era inexorable, que las cosas mejoraban por el arte de “birlibirloque”. A las empresas nos ocurría lo mismo: años tras todo iba a más, los beneficios crecían y las condiciones de trabajo que se ofrecían, salario incluido, no paraban de incrementarse marcando una espiral inflacionaria en la que al final el candidato a un puesto de trabajo era el entrevistador y el empresario el entrevistado para ver si era el elegido por el imberbe candidato.
Desde fines de 2007, y de lleno en 2008, 2009 y lo que llevamos de 2010, en las empresas nos hemos dado de bruces con la realidad. El optimismo patológico que nos había invadido era equívoco, nada mejora por sí mismo, como ya se comprobó en la decadencia que asoló Europa tras la caída del Imperio Romano y que duró 10 siglos. Las empresas nos hemos dado cuenta de que las vacas gordas se han acabado. El vender más que el año anterior es una utopia, con igualarlo ya nos damos por satisfechos, hemos cambiado la cultura del crecimiento por la cultura de la supervivencia, el mercado nos ha obligado a ello.
En definitiva las “vacas gordas” llevan tiempo a régimen, pero no todo el Mundo está haciendo la misma dieta. Las empresas se han apretado el cinturón y se adaptan a la realidad, las familias también. ¿Está haciendo lo mismo la administración? Aparentemente no lo parece. El déficit público crece, este dato - que en general llama poco la atención porque queda lejos de la vida cotidiana de cualquiera - significa que las próximas generaciones pagarán el gasto de las administraciones de hoy. Algunas inversiones previstas en el llamado Plan Zapatero son ruborizantes, cableados y obras realizadas en 2009 ya están en revisión en 2010. El mantenimiento de muchas de esas obras es hoy inviable o implica más deuda. La administración reduce su oferta de empleo público, eso sólo significa que modera el crecimiento del gasto corriente que al fin sigue creciendo justo en el sentido contrario al de las empresas, pero la administración no cierra agencias, no realiza ERE’s en sus empresas públicas creadas en muchos casos para sortear la legislación en materia de contratación de las administraciones públicas, impulsada paradójicamente por aquellos que aprobaron dicha legislación. Las administraciones, en tiempos de crisis como el actual, han perdido el sentido para el cual fueron creadas: el servicio público. Hoy están concentradas en el objetivo de mantener contra viento y marea su estructura excesiva e innecesaria y lo hacen por la vía de buscar ingresos atípicos: multas, sanciones, inspecciones, incremento de tasas e impuestos.
Todo esto debe terminar, quizás no haya que llegar a la situación de California, donde el estado, en bancarrota, amenaza con sacar a la calle a miles de presos por falta de recursos para mantenerlos, entre ellos a personajes tan despreciables como Charles Manson. Pero no hay duda que el número menguante de empresas no podemos mantener el tren de vida ni el volumen de gasto de las administraciones. Ellas también deben entrar en el época de “vacas flacas” si quieren que las empresas salgamos de la crisis y empecemos a contribuir al crecimiento.
Desde fines de 2007, y de lleno en 2008, 2009 y lo que llevamos de 2010, en las empresas nos hemos dado de bruces con la realidad. El optimismo patológico que nos había invadido era equívoco, nada mejora por sí mismo, como ya se comprobó en la decadencia que asoló Europa tras la caída del Imperio Romano y que duró 10 siglos. Las empresas nos hemos dado cuenta de que las vacas gordas se han acabado. El vender más que el año anterior es una utopia, con igualarlo ya nos damos por satisfechos, hemos cambiado la cultura del crecimiento por la cultura de la supervivencia, el mercado nos ha obligado a ello.
En definitiva las “vacas gordas” llevan tiempo a régimen, pero no todo el Mundo está haciendo la misma dieta. Las empresas se han apretado el cinturón y se adaptan a la realidad, las familias también. ¿Está haciendo lo mismo la administración? Aparentemente no lo parece. El déficit público crece, este dato - que en general llama poco la atención porque queda lejos de la vida cotidiana de cualquiera - significa que las próximas generaciones pagarán el gasto de las administraciones de hoy. Algunas inversiones previstas en el llamado Plan Zapatero son ruborizantes, cableados y obras realizadas en 2009 ya están en revisión en 2010. El mantenimiento de muchas de esas obras es hoy inviable o implica más deuda. La administración reduce su oferta de empleo público, eso sólo significa que modera el crecimiento del gasto corriente que al fin sigue creciendo justo en el sentido contrario al de las empresas, pero la administración no cierra agencias, no realiza ERE’s en sus empresas públicas creadas en muchos casos para sortear la legislación en materia de contratación de las administraciones públicas, impulsada paradójicamente por aquellos que aprobaron dicha legislación. Las administraciones, en tiempos de crisis como el actual, han perdido el sentido para el cual fueron creadas: el servicio público. Hoy están concentradas en el objetivo de mantener contra viento y marea su estructura excesiva e innecesaria y lo hacen por la vía de buscar ingresos atípicos: multas, sanciones, inspecciones, incremento de tasas e impuestos.
Todo esto debe terminar, quizás no haya que llegar a la situación de California, donde el estado, en bancarrota, amenaza con sacar a la calle a miles de presos por falta de recursos para mantenerlos, entre ellos a personajes tan despreciables como Charles Manson. Pero no hay duda que el número menguante de empresas no podemos mantener el tren de vida ni el volumen de gasto de las administraciones. Ellas también deben entrar en el época de “vacas flacas” si quieren que las empresas salgamos de la crisis y empecemos a contribuir al crecimiento.
PUBLICADO EN EXPANSION 19/04/10
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