lunes, 17 de noviembre de 2008

LOS PÉREZ Y LOS YANG

Conocí una vez al patriarca del restaurante chino donde en ocasiones voy a comer. Era un día entre semana hacia las cuatro, cuando casi todo el mundo se había ido y ya empezaban a recoger. En la calma propia de la sobremesa, el dueño del restaurante me presentó a su padre, el Sr. Yang. Tuve suerte y gracias a los dotes de traductora de su sobrina, el Sr. Yang se ofreció a acompañarme.

La conversación en seguida se convirtió en una explicación de los orígenes del negocio, que había que situar ocho años atrás cuando su hijo, su único hijo de 17 años, les dijo que se venía a vivir a una ciudad de España (de nombre casi impronunciable para ellos) con el objetivo de labrarse un futuro mejor del que le esperaba en China. La felicidad y orgullo de aquel momento todavía se podían ver en el Sr. Yang mientras me explicaba la historia; felicidad y orgullo que se volvieron todavía mayores al explicarme que sólo tres años después (eso sí, puntualizó, tras trabajar muy duro) su hijo había conseguido a los 21 años montar su propio negocio. Cinco años después era un empresario feliz, que había conseguido traerse a su mujer y sus padres de China. A su lado, recuerdo, la pequeña Rosa, la traductora, sonreía para sí, no tenía más de 20 años y quien sabe, quizá ahora es ella la que tiene su propio negocio.

Hoy he recordado esta historia al encontrarme con unos amigos, los Pérez, que no cabían en sí del gozo. Su hijo a los 26 años ha aprobado las oposiciones al Ayuntamiento de la ciudad donde han vivido siempre. ¡Qué suerte! No paraban de repetir y yo veía el inmenso orgullo que sentían. Contentos me cuentaban como sólo ha tardado cinco años en sacarse las oposiciones desde que les anunció a los 21 que su intención en esta vida era ser funcionario. La Sra. Pérez parloteaba con la verborrea propia de una felicidad embriagadora, recordando incluso como su hijo tomó la acertada decisión de aparcar la idea de irse estudiar al extranjero con 17 años y quedarse en casa con ellos. Me alejo y no puedo dejar de comparar al hijo de los Sres. Yang con el hijo de los Pérez: dos muchachos de 17 años deciden, uno quedarse en casa de sus padres, el otro ir a un país desconocido a ganarse la vida; tres años después uno todavía no ha concretado nada y decide hacerse funcionario, el otro ya ha creado su propia empresa; cinco años más tarde uno es una persona realizada, propietaria de una empresa, que no sólo se ha ayudado a sí mismo, sino que su familia se beneficia de su esfuerzo, mientras que el otro empieza, parece, a despegarse de sus padres.

Como habrán podido deducir, ni los Pérez ni los Yang son reales, son arquetipos de familias que no representan a nadie en concreto, pero que representan a muchos. Cada vez más se habla de la amenaza que supone China para nuestra economía: sí hacen las cosas más baratas que nosotros, sí son más económicas, sí ciudadanos chinos vienen a nuestro país a trabajar y ya se han hecho con un grupo importante como es el caso de la hostelería. Pero, de lo que no nos damos cuenta, es que no nos deben preocupar ellos como sociedad, sino que nos ha de preocupar su cultura, su capacidad de esforzarse, de iniciativa, de querer siempre apuntar a metas más altas, eso es lo que debemos temer y, en definitiva, intentar copiar.


PUBLICADO EXPANSION 17/11/08

lunes, 13 de octubre de 2008

¿CREES EN LOS EMPRENDEDORES ?

Aplaudimos las nuevas ideas, nos gusta manifestar nuestro apoyo a los jóvenes para que hagan carrera en el mundo emprendedor; sociedad, políticos y mundo empresarial coinciden en afirmar la importancia de dedicar tiempo y recursos a seguir manteniéndonos en la cresta de la ola en cuanto a creación de empresas.

Hasta aquí todo correcto, sin embargo, en ocasiones entramos en un sistema perverso: aquellos que apostaban por los emprendedores, que los reconocen como algo necesario y bueno para la economía, luego no confía en ellos para contratar sus servicios. El motivo principal que es la falta de experiencia de su empresa ¡Claro que no tiene experiencia! Son nuevos y como tales no han tenido todavía tiempo de acumular grandes carteras de clientes que avalen su capacidad. Y aquí nos quedamos muchas veces, en la inexperiencia, sin contar con que existen otras muchas cosas que los jóvenes emprendedores pueden aportar.

Alguien que ha montado una empresa posee ya de por sí cuatro valores fundamentales que aportar: es una persona con iniciativa que no sólo ha tenido una idea y la ha puesto en marcha con valentía, sino que ha sido capaz de hacerlo demostrando ser lo suficientemente tenaz como para superar las muchísimas dificultades que comporta (recordemos que España es el país de la Unión Europea donde hay que realizar más trámites para la creación de una empresa). Es una persona ilusionada que pondrá toda su voluntad en hacer que todo funcione correctamente, mimando cada detalle, sin caer en errores fruto de un exceso de confianza que provocan los años. Por último, es una persona creativa, innovadora que no hará las cosas de la manera establecida, si no que sabrá buscar nuevas soluciones que respondan a las necesidades de sus clientes o de su propia empresa. Cuatro cualidades capaces de mover voluntades y difícilmente vulnerables que ofrecen garantías suficientes convirtiendo a las empresas que las poseen en buenos lugares en los que depositar nuestra confianza. Además, poco a poco ya irán sumando experiencia.

Nuestros emprendedores no sólo necesitan que se atienda a sus necesidades en el momento de crear la empresa, necesitan también que se deposite en ellos un voto de confianza, que puedan demostrar que aquello en lo que creen puede funcionar, que tirará adelante, que será capaz de hacerse en hueco en el mercado. Si aplaudimos las nuevas ideas también hay que apoyarlas cuando necesitan de nosotros para seguir adelante, no hace falta ser muy sabio para darse cuenta que si nadie nos da una oportunidad nunca adquiriremos la experiencia que se nos reclama.

No hay que olvidar que todos, incluidas las grandes empresas, hemos sido en algún momento pequeños empresarios que hemos necesitado la confianza de alguien.



PUBLICADO EXPANSION 13/10/08

lunes, 19 de mayo de 2008

POLÍTICO, SIENTATE Y ESCUCHA

Jornada, una cualquiera de esas en las que se reúne la flor y nata de un sector económico, médico, educativo… no importa cual. Aparece el político, es la estrella, el centro de atención de la primera hora de la jornada. Llega un cuarto de hora antes del inicio, saluda protocolariamente a los organizadores, dirige unas palabras a los asistentes y cinco minutos después ya vuelve a estar en su coche oficial.

De tan acostumbrados que estamos a ver escenas como la descrita ha empezado a pasarnos por alto el detalle más llamativo: el político siempre habla, pero raras veces participa como un asistente más. Resulta curioso que los políticos no se sienten a escuchar lo que los grandes expertos de un sector tienen que decir, y por el contrario sí lo hagan el resto de asistentes ¿Es que el político no tiene nada que aprender? ¿Es que tiene cosas más importantes que hacer que dedicar tiempo a su formación? Parece, si nos atenemos a este hecho, que la clase política no es consciente de la necesidad de tener una excelente formación para gobernar un país (ya acertó Platón en su República al situar a los filósofos como gobernantes), una formación extensa en múltiples materias que permita tomar las decisiones acertadas.

Los profesionales que desarrollan su actividad en el mundo empresarial dedican parte de su tiempo a la formación, la mayoría de las veces de forma voluntaria sin que el “jefe” les haya dicho nada, mientras que por su parte las empresas, invierten buena parte su presupuesto en formación. Y es que todos somos conscientes que la formación continua y el reciclaje profesional asientan las bases necesarias para el éxito.

Entonces ¿Por qué los dirigentes de la empresa más importante de nuestro país, el Gobierno, no creen nunca necesario sentarse a escuchar lo que otros expertos tienen que enseñar? Seguramente la respuesta será que ya se rodean de consejeros que les indican el camino correcto. No van errados, ya que la capacidad de rodearse de colaboradores “sabios y expertos” ya fue señalada como una de las cualidades de todo buen gobernante por Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe allá por 1513. Sin embargo, no es suficiente. El político siempre será el líder del equipo, el último responsable en la toma de decisiones, por lo que ha de estar preparado para afrontar situaciones muy variadas. No olvidemos, además, que el líder es aquella persona a la que toma como ejemplo el resto del equipo, de manera que si este se preocupa por su formación, lo harán sus compañeros y en el caso del político, el personaje público por excelencia, será la sociedad en general quien lo tome como modelo.

Ha llegado, pues, el momento en el que el político al asistir a una jornada, llegue un cuarto de hora antes, salude protocolariamente, dirija unas palabras a los asistentes, para, finalmente, sentarse y escuchar.



PUBLICADO EXPANSION 19/05/08

lunes, 14 de abril de 2008

PASAS A LA SIGUIENTE FASE

Lo hemos visto repetidamente en los últimos días: un joven o una joven se enfrenta a un jurado. Sobre su espalda una pesada mochila: la de la ilusión, la de la esperanza, o desesperanza, que da creer que cantar es lo mejor que sabes hacer en la vida, eso es lo que te han dicho desde la cuna. De repente, se desata la euforia cuando uno de los tres jueces dice la frase mágica “pasas a la siguiente fase”. Y el joven o la joven llora; y lloran los padres que todavía tienen más ilusión. Nadie les ha dicho que en el 99% de los casos serán olvidados en 15 días.

Pese a que la situación descrita corresponde al más famoso de los programas televisivos en busca de nuevas estrellas musicales, la realidad que esconde va más allá de este caso puntual. Es un reflejo de cómo muchos jóvenes y adolescentes actuales han aprendido a forjarse un futuro: mediante la ley del máximo beneficio, mínimo esfuerzo. Todos quieren conseguir el éxito de la forma más rápida e inmediata (¡Qué gran disgusto se llevan quienes reciben un no por respuesta!), nadie les ha enseñado que para recolectar el fruto no basta con sembrar, hay que regar, abonar la tierra, proteger los primeros brotes del sol o del calor, tener paciencia, ser tenaz y trabajar duro (¡Qué mal nos suena hoy esa palabra!) para, al fin, conseguir el éxito, y algo más difícil: mantenerlo.

¿Qué ha pasado para llegar a este punto? Una de las piezas claves para entender este cambio social es la aparición de unos modelos de conducta que han fomentado el éxito fácil entre los más jóvenes. Con el agravante que se han introducido tan sutilmente en el día a día que han conseguido superar una de las barreras formativas más importantes con las que cuentan los jóvenes: sus padres, hasta el punto que son los propios progenitores los que animan y apoyan a sus hijos para que busquen la fama (que la sociedad ha asimilado erróneamente a éxito) de la manera más rápida posible.

Pero seamos optimistas, la situación todavía no es dramática. Aunque nos encontramos en el buen camino para perder algo más que el buen futuro de un puñado de jóvenes. Tenemos la opción de cambiar las reglas del juego y para hacerlo sólo tenemos que repetir lo mismo que nos ha llevado hasta esta situación: crear modelos. Nos toca construir los nuevos iconos para el siglo XXI que enseñen a los jóvenes que el esfuerzo diario y la superación constante son las mejores garantías para el éxito. Ha llegado el momento, esta vez sí, de “pasar a la siguiente fase”.

PUBLICADO EXPANSION 14/04/08