miércoles, 10 de octubre de 2012

EL TAMAÑO DEL ESTADO


Tras la Gran Depresión en Estados Unidos toda una generación renunció al crédito para el desarrollo de sus proyectos vitales y, no fue hasta la incorporación de la siguiente al mercado de consumo y el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se dejó atrás este ciclo de balance cero en las cuentas. Algo parecido pasó, años más tarde, durante la “década perdida” en Japón, cuando hasta 2006 no se experimentó un crecimiento en el precio de la vivienda.

Aquí, desde el comienzo de la crisis, las familias y las empresas han interiorizado la necesidad de hacer ajustes y éstos han sido meritorios. Además de ajustar todos nuestros gastos, las empresas han tenido que iniciar procesos de reestructuración —expresión eufónica que se emplea cuando, a pie de calle, todos hablan de reducir plantillas, de despedir a personas—. No se puede decir lo mismo del sector público que mantiene niveles de gasto inaceptables.

Esto pasa en un país en el que más del 98 por ciento de las empresas tienen menos de 20 trabajadores y, muchas veces, la relación entre el trabajador y los propietarios es directa. Cuando se pasa más tiempo en su compañía que en casa, ningún despido es baladí.

Y, sin embargo, veo, como empresario y ciudadano, que la Administración es la única que sigue incrementando su deuda. Datos recientes indican que ésta ya alcanza los 804.388 millones, el 75,9% del PIB. Que en la situación actual se alcance el nivel más alto de la historia es trágico. Lo más grave es que las previsiones indican que podría llegar al 90,5% del PIB en 2013. Así, es comprensible que Mit Romney pusiera como ejemplo a no seguir el 42% del PIB que en España ocupa el sector público.

Ahora, viendo los Presupuestos Generales para 2013 sigo teniendo la percepción de que el Estado no se atreve a reducir su tamaño. Pero ¿porqué las empresas sí y el Estado no? Se trata, sin duda, de una situación injusta para las familias, los trabajadores y las empresas que la actual situación de ajustes que experimentan unos y otros la hace aún más grave.

Y, aunque, muchas voces emergen ahora para recordarnos que el momento de hacer las reformas del calado que ahora requerimos, habría sido durante los periodos de prosperidad que hemos dejado atrás, acumulamos un retraso enfermizo.

Por ello, me sumo a la necesidad de celeridad, agilidad y eficacia para llevar a cabo las reformas del Estado que se precisen con vistas a adelgazarlo. No hacerlo es injusto con aquellos que sufren para pagar impuestos y se aprietan el cinturón mientras otros no lo hacen en la misma manera.



Cristian Rovira

Publicado en Expansión 10/10/12 , sección Catalunya