miércoles, 29 de febrero de 2012

PRESIDENTES DE PROFESIÓN

Por todos es sabido que, en Estados Unidos, por muy bien que lo haga un Presidente, nunca podrá optar a dos mandatos consecutivos. Esta medida hace que, con cada contienda electoral tenga la impresión de que esta renovación empuja el relevo generacional y estimula el potencial de cada línea ideológica para adaptarse a la realidad contextual.

Por el contrario, en el otro extremo de la comparación me sorprende sobremanera la perpetuidad con la que presidentes de asociaciones empresariales, deportivas, culturales y laborales siguen posponiendo su retirada de las cúpulas directivas tras décadas en el cargo. Así, nos encontramos presidentes de instituciones culturales que colgaron la batuta hace décadas y reconocen más la solfa de la industria que de la partitura; líderes de asociaciones empresariales sin empresa, o representantes de los trabajadores convertidos en profesionales de la representatividad.

Me llaman aún más la atención sus discursos de investidura en los que, mandato tras mandato, renovación tras renovación, siempre asumen el reto del cambio, de la adecuación de la entidad correspondiente a los nuevos tiempos y de la ilusión renovada. A mi entender, el tiempo que pasan al frente de la entidad es indirectamente proporcional a la entrada de aire fresco y al conocimiento personal de la realidad de los representados. Pasados los años, también se perpetúa un sentimiento de “soy imprescindible” y de “esta es mi casa”.

Corremos aún con otro riesgo más, uno al que podríamos llamar “el síndrome de la residencia presidencial”. De numerosos politólogos he escuchado la teoría que cuenta que, cuando una persona asume un cargo político que conlleva trasladar su vivienda a una residencia oficial —sea Downing Street, la Casa Blanca, el Elíseo o La Moncloa—, se inicia un proceso de desconexión de la realidad cuotidiana del pueblo. Es entonces cuando el político electo se distancia del coste de un billete de metro, de un café o del menú diario. Creo que esto se puede aplicar también en el caso de presidentes que se perpetúan al frente de las asociaciones a las que hacíamos referencia más arriba.

Un buen representante debe mantenerse en contacto directo con las necesidades, preocupaciones y rutinas diarias de aquellos a los que representa, pues el objetivo de su mandato es hallar, proponer e impulsar soluciones y mejoras para éstas.

Así pues, con la perpetuación de algunos representantes, corremos el riesgo de que pasado el tiempo y con “el síndrome de la residencia presidencial” en avanzado estado, un presidente podría acabar defendiendo medidas que poco tienen a ver con la realidad que se da en el “puertas a fuera” diario de la presidencia y de la maquinaria de la entidad.

Por suerte algunas ya limitan los mandatos a 8 años, tiempo más que suficiente para desarrollar cualquier proyecto en cualquier ámbito de la sociedad. Creo que éste es un síntoma de madurez de una sociedad civil.


Publicado en Expansión - 29/02/12

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